top of page

La demasiada fe en las palabras

  • Foto del escritor: Gabriela Solis
    Gabriela Solis
  • 8 ene 2019
  • 4 Min. de lectura

Artículo originalmente publicado en Think Tank New Media.


¿Se puede tener demasiada fe en las palabras? Quizá ese sea el rasgo de carácter definitivo de cualquiera que escribe. Crear literatura implica confiar en que el lenguaje puede construir artefactos ficcionales que alivien dolores reales.


No tiene que ver con magia, sino con ese increíble rasgo de la mente que es capaz de no tomar en cuenta la distinción entre real o ficticio si el resultado le es conveniente. Ok, quizá sí tiene que ver algo con la magia.


Sin embargo, ninguna fe es inquebrantable. Prueba de ello son los autores que han explorado los límites del lenguaje: ¿quién no se maravilla cada vez que regresa a “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, el gran cuento donde Borges imagina gramáticas y lógicas alternativas que dan lugar a un lenguaje radicalmente diferente al nuestro?

Pero todavía se puede ir un paso más allá: pensar en la derrota del lenguaje. Esta indagación no es menor: ¿qué resulta de explorar con palabras el fracaso de las mismas? Dos ejemplos me vienen a la mente.


ree

The Human Stain – Philip Roth

“How one is revealed or undone by the perfect word”. Esta frase, parte de la novela, la resume bien. El libro trata de Coleman Silk, un negro que no lo parece, así que se aprovecha de esta ambigüedad racial para hacerse pasar por blanco. Una de las herramientas principales que Silk usa para esta transformación es el lenguaje: se cuida de no “hablar como negro” (no utiliza el slang, ni conjuga mal los verbos), y forja su camino en la academia, lugar donde la precisión en el lenguaje y el orden en las ideas es esencial.


Silk se convierte en un renombrado profesor de literatura griega, pero su debacle comienza un día que dice la palabra equivocada. Dos alumnos han faltado toda la primera semana de clases, y al pasar lista en la segunda semana Silk se refiere a ellos diciendo: “Does anybody know them or are they spooks?”.


“Spooks” significa, literalmente, espectros. Lo que Silk quiso decir es: “¿son fantasmas o por qué no se han manifestado en clase?”. Sin embargo, “spooks” también es una forma peyorativa para referirse a los negros. Para la mala suerte de Silk, los estudiantes ausentes son afroamericanos, así que una espiral de malentendidos se comienza a tejer a su alrededor. Lo acusan de racismo y Silk renuncia para no pasar por la humillación de ser despedido.


La complejidad del personaje no permite hacer inferencias inmediatas. A bote pronto, uno podría decir que Silk fue linchado injustamente. Pero tengamos en cuenta que es un negro racista, alguien que reniega de su propia raza: ¿no podrá, entonces, esa palabra haber sido una manifestación inconsciente del odio que se ha convertido el leit-motiv de su vida?

La reflexión nuclear de la novela va sobre la capacidad que tiene el lenguaje para fungir como un arma de doble filo que puede construirnos de cierta manera o reflejarnos a pesar de nosotros. El lenguaje es, a fin de cuentas, “la mancha humana”.


ree

The Heart is a Lonely Hunter – Carson McCullers

En esta novela, la abundancia de personajes no atenta contra la complejidad de cada uno de ellos. Todos tienen una personalidad definida, filias y fobias, deseos y maneras de hablar. Los diálogos que los personajes mantienen –sobre todo consigo mismos– son ricos en ideas y coloridos en la manera de expresarlas. Sin embargo, el verdadero protagonista es un sordomudo.


Todos los personajes que tienen un exuberante mundo interior son incapaces de comunicarse significativamente con alguien que no sea Singer, el mudo. Este hecho, que podría parecer simple, es la fuerza dramática que sostiene la novela. Hablar con un mudo, ¿es algo más que darle volumen al monólogo interior? McCullers nos muestra que, aunque tengamos las ideas y el lenguaje, nuestra incapacidad de comunicarnos nos condena a la soledad.


Ni las ideas de liberación mística que tiene un alcohólico, ni las enseñanzas de Karl Marx que el doctor negro ha estudiado y quiere transmitir a su gente, ni el doloroso amor que la adolescente siente por la música podrán transformarse en nada. Todas esas emociones e ideas se encuentran sólo con la apacible cara del mudo, quien sí comprende pues sabe leer los labios, pero que no puede fungir como un interlocutor real y se limita a asentir con condescendencia.


Lo terrible es la soledad en la que Singer está sumido también. ¿Cómo debe sentirse alguien que es receptáculo de las tribulaciones de tantas almas? ¿Quién lo escucha a él? Todos los personajes, ya sea que hablen sin parar o que enmudezcan, están aislados del mundo y de la posibilidad de transformarlo.


Esta reflexión me recuerda lo que dice Karl Ove Knaausgard, quien se embarcó en la proeza de escribir un autobiografía de siete tomos:


“La misología, la desconfianza hacia las palabras, como la que tenía Pirrón, pirromanía, ¿era algo para atraer a un escritor? Todo lo que se dice con palabras puede ser contradicho con palabras, de modo que, ¿de qué nos sirven las tesis doctorales, las novelas, la literatura? O dicho de otra manera: lo que decimos que es verdad también podemos decir que no lo es. Es un punto cero, y el lugar desde donde se extiende el valor cero. Pero no es un punto muerto, tampoco para la literatura, porque la literatura no es sólo palabra, la literatura es aquello que las palabras despiertan en el que lee. Es ese exceso el que da validez a la literatura, no los excesos formales en sí”.


Un escritor sabe de la insuficiencia del lenguaje para tocar lo verdadero y aun así le entrega toda su confianza —toda su esperanza.


ree

Comentarios


bottom of page