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Elogio de Sabato

  • Foto del escritor: Gabriela Solis
    Gabriela Solis
  • 11 jul 2019
  • 3 Min. de lectura

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Hay autores cuya obra está marcada por una obsesión. Uno de ellos es Ernesto Sabato. Su obsesión –como podría parecer a primera vista para cualquiera que haya leído sus novelas– no es la angustia, sino el reverso de ésta: la esperanza. ¿Cómo podrían confundirse ambos conceptos?


No es tan difícil de imaginar: uno es una de las posibles ramificaciones del otro. La angustia es prueba de que se ha tomado consciencia no sólo de la libertad y la responsabilidad que tenemos cada uno al haber sido puestos en el mundo, sino de la carga que éstas implican. La esperanza es la intuición de que se puede hacer algo al respecto.


Esta esperanza –con minúscula, no un concepto abstracto sino un trabajo cotidiano– animó su vida personal tanto como su literatura. Consideró las letras como el mejor espacio para decantar su obsesión: no para buscar respuestas, sino para profundizar su indagación. “Los filósofos, los pensadores, tienen la obligación de sostener un sistema coherente de ideas, un esquema unívoco y claro. El novelista, en cambio, expresa en sus ficciones todos sus desgarramientos interiores, la suma de todas sus ambigüedades y contradicciones espirituales”, escribió.


En este autor argentino la literatura es, fundamentalmente, búsqueda; y el buscador, un esperanzado, alguien que cree que todavía es posible encontrar una grieta a través de la cual se filtre la luz. Para Sabato, una de las grandes misiones de la literatura es “despertar al hombre que viaja hacia el patíbulo”. Detengámonos en lo radical que es la frase: no niega la muerte, pero tampoco hace énfasis en ella. Lo que subraya es su confianza en que se puede tomar consciencia antes de dejar de existir, convirtiendo la esperanza en una forma de rebeldía.


¿Por qué la literatura resulta un espacio propicio para hablar de la esperanza? Porque es una expresión en donde lo real y lo posible se intersectan. Encontrar esa intersección implica disciplinar el pensamiento, trabajarlo para que logre el esfuerzo que implica mirar más allá de lo obvio. Por supuesto, el pensamiento riguroso requiere de imaginación. No se trata de intentar sortear el abismo entre el sueño y la realidad, sino de discernir lo posible de lo imposible y trabajar por lo real-posible.


La literatura fomenta ambas cualidades necesarias para poder ver más allá de nuestro horizonte inmediato: imaginación y pensamiento crítico. “Leer es protestar contra las insuficiencias de la vida”, dice Mario Vargas Llosa (una de las últimas cosas sensatas que dijo el ahora impresentable figurín que aparece una edición sí y otra también en la portada de Hola).


Las ficciones de Ernesto Sabato nos transforma en seres inconformes y rebeldes. Y esa metamorfosis no es una que se quede en la abstracción: al fin y al cabo, el arte se determina por su relación con aquello que no es arte. Es decir, para comprender su literatura y explotar el potencial de rebeldía que ésta conlleva, debemos abrir los ojos al mundo, a todo aquello que no es literatura.


La lectura que se enmarca exclusivamente en marcos teóricos o académicos de poco sirve para generar pensamiento crítico; y eso bien lo sabía Sabato, que escribía con la rabia y el corazón. Tomar sus libros y pensarlos con respecto a la realidad histórica, social, económica, a todas esas realidades que no están relacionadas con el arte, es lo que les da su justo valor a las ideas contenidas en su literatura y lo que nos permite a nosotros como lectores hacer un balance de nuestro mundo.

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