La culpa es de Borges
- Gabriela Solis

- 25 abr 2018
- 3 Min. de lectura
Cuento publicado en la revista Este País.
Llegarás pensando en mayúsculas. No te importará que a ti sí te hayan visto desembarcar en la unánime noche; estarás en la tierra donde Borges gestó esa oración y nada más te importará. Irás ligero de equipaje y habrás olvidado ya las advertencias de tu padre y los reproches de tu madre. Apenas pongas un pie en tierra, el fuerte viento te despeinará y sonreirás divertido. Tomarás una bocanada de aire y pensarás que es la primera vez que respiras a consciencia. La palabra libertad te colmará el pecho y sentirás como si te crecieran árboles en los dedos. La certeza de estar cumpliendo tu destino te inundará y tendrás que empezar a caminar para aligerar el nudo que se habrá formado en tu garganta. No pensarás en el mar.

Irás con el propósito de escribir La Obra. Pensarás que si no la escribes ahí, no nacerá en ningún otro lugar. Lo intentarás incansablemente, te prepararás para ello: comerás poco, inundado por la falaz idea de que el hambre es poética, no pagarás la luz, ni el gas, porque en tu lógica, las vicisitudes llaman al mejor arte. “Nadie, o quizá solo Borges, ha escrito La Obra acomodado entre cojines y con el estómago bien lleno”, pensarás. Te ocuparás de propiciar todas las voluntarias dificultades para crear un ambiente infalible. Repetirás, casi como un rezo, “La Obra no se me escapará por ninguna ranura de comodidad”. Te llenarás de libros, harás de las bibliotecas tu segundo hogar y de los cafés de la calle el primero. Pasarás horas en ellos, pretendiendo que lees, cuando en realidad irás a oír a la gente. Nada tendrá que ver con el morbo: querrás atrapar el ritmo del habla coloquial. Anhelarás capturar la música del murmullo cotidiano y te obsesionará poder transcribirlo. Después de llenarte los oídos de conversaciones ajenas, te encerrarás en el abrumador silencio de la biblioteca y ensayarás la reproducción de ese compás con tus dedos. Escribirás. Las noches se te harán días sin que lo notes y creerás haber encontrado un tiempo que no es el de los hombres. Escribirás.
Repararás en ella inmediatamente: se mudará un par de meses después de que tú hayas llegado al edificio. Será tu vecina, la encontrarás en los alrededores todo el tiempo. Te parecerá perfecta: querrás besar sus rodillas y bautizarte con su sudor. Compararás su cabello con el trigo, sus labios con manzanas. Te quemarás por hablarle de amor, pero cruzarán palabras sobre el clima y la comida. El guiño de sus senos te volverá loco. Te repetirás, cada vez menos, “La Obra no se me escapará por ninguna ranura de comodidad”. No contarás con que tus ojos sí que se escaparán por la ranura de su vertiginoso escote. Y con tus ojos, tus ganas, y con ellas, La Obra. Culparás a Borges por haberte hecho creer que se podía escribir una Obra donde no tuvieran cabida la sensualidad ni el amor. Maldecirás el preciosismo de sus adjetivos y arrancarás hojas de El Aleph. Romperás cuentos enteros; solo, amargo.
Pero por ahora, gastarás este instante en mirar el paisaje que la ventana de tu ínfimo cuarto descubre. Te hipnotizará la calle empedrada, lustrosa porque acaba de llover. Pensarás en lo inspiradora que será esa imagen, en la melancolía que te hará sentir y en todas las metáforas que te dará para la Obra que no escribirás.



Comentarios