The Stories of John Cheever
- Gabriela Solis

- 25 feb 2020
- 2 Min. de lectura

Son poquísimos (ísimos) los libros en que el prefacio aporta algo: éste es uno de ellos. Cheever confiesa la vergüenza que le da que sus cuentos estén ordenados cronológicamente, y lo hace con un párrafo hermoso:
“The parturition of a writer, I think, unlike that of a painter, does not display any interesting alliances to his masters. A writer can be seen clumsily learning to walk, to tie his necktie, to make love, and to eat his peas off a fork. He appears much alone and determined to instruct himself. Naive, provincial in my case, sometimes drunk, sometimes obtuse, almost always clumsy, even a selected display of one's early work will be a naked history of one's struggle to receive an education in economics and love.”
Mi impresión después de terminar el libro es la opuesta: creo que los mejores cuentos son los del principio, los de esos años de inmadurez literaria. Hay en ellos la sensación sincera de asombro, de descubrimiento, de espanto. Después empieza a colarse una especie de exceso de conciencia (sobre los personajes, la moraleja, los artificios literarios) y esto diluye la potencia de las historias.
Pero ya sea en los cuentos de juventud o vejez, es interesante asomarse a una moralidad que hoy parece algo añeja: todos los personajes están casados, el hombre trabaja y la mujer es ama de casa, nadie es homosexual y aunque la mayoría se involucra en el adulterio, de boca para afuera les indigna. El adulterio parece ser la grieta favorita de Cheever para explorar la condición humana: para unos personajes es una forma de lidiar con el fracaso, la vejez, la soledad. Para otros, es algo fortuito, no planeado, la manifestación de un destino inescapable.
Una frase del cuento The Seaside House resume bien la cuestión fundamental de los cuentos de Cheever: “Are we truly this close to one another? Must we impose our burdens on strangers? And is our sense of the universality of suffering so inescapable?



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