The Heart is a Lonely Hunter
- Gabriela Solis

- 31 dic 2018
- 1 Min. de lectura

Una de las paradojas más crueles del ser humano es que necesita contacto y amor para sobrevivir y, al mismo tiempo, sus fallas de carácter hacen la comunión imposible la mayoría de las veces. En esta novela, hay cuatro personajes que tienen un exuberante mundo interior, lleno de ideales y deseos. Sin embargo, son incapaces de comunicarse significativamente con alguien que no sea Singer, el mudo. Cada uno vuelca sus tribulaciones frente a aquél que, aunque sí entiende porque sabe leer los labios, no es un interlocutor. “Tienen demasiadas cosas en la mente que no les dejan descansar”, le escribe Singer a su amigo mudo que está en el hospital. “Todos tienen algo que odian y algo que aman más que comer, dormir, el vino o la compañía amistosa. Es por eso que siempre están tan ocupados”. Y sí, todos sienten una especie de “angry, restless love” (como lo pone uno de los protagonistas) por algo, pero una pasión que no se comunica está destinada no sólo a morir, sino a pudrir a quien la alberga. “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. Esa frase, que resume la base sobre la que funcionaría una sociedad comunista según Karl Marx, se repite en la novela. Vale la pena pensarla en el contexto espiritual de los personajes: a todos los consume una necesidad –la música, la liberación de una raza, la unión de los trabajadores, el amor culpable–, pero ninguno tiene la capacidad para llevarla a cabo. ¿No es esta la receta para la frustración? Aunque tengamos las ideas y el lenguaje, nuestra incapacidad de comunicarnos nos condena a la soledad.



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