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Sistema nervioso

  • Foto del escritor: Gabriela Solis
    Gabriela Solis
  • 18 jul 2021
  • 2 Min. de lectura

Novelas cebolla, novelas matrioshka: no anunciar el tema nuclear, ni hacerlo evidente desde el principio es un artificio literario complicado. Es, también, increíblemente satisfactorio cuando una autora hila fino, con firmeza y paciencia hasta que al cerrar el libro la lectora dice: ¡pero claro que éste fue el tema todo el tiempo! Así pasa con Sistema nervioso: una de las más conmovedoras novelas sobre el padre que he leído.


Los personajes no tienen nombre: son Ella, Él, el Padre, la Madre – quizá para resaltar la cualidad arquetípica de cada uno. Ella hace un doctorado en astronomía (el cual su Padre pagó con los ahorros para su vejez) con el que no puede más: la tesis no avanza y la fecha límite se acerca. Siniestramente, le reza a su Madre, quien murió dándola a luz, y le pide que le mande una enfermedad no muy grave, pero lo suficiente para que le permita pedir licencia médica y no atormentarse más con la tesis por unos meses. Su deseo no se cumple: acaba el semestre con perfecta salud, pero en cuanto empiezan las vacaciones, un latigazo eléctrico en la espina dorsal la paraliza.


A partir de ese hecho, se van desenvolviendo tramas sobre las relaciones personales alrededor de la enfermedad. La pareja que quiere cuidar pero no puede evitar el fastidio y el cansancio, la familia preocupada pero asfixiante, la de la propia enferma y sus negociaciones consigo misma para no dejarse tragar de lleno por su padecimiento. Pero la relación primordial es con el Padre, quien es médico, y con quien Ella tiene una relación ambivalente: quiere su aprobación más que la de nadie en el mundo, pero sabe que para hacerse individuo tiene que traicionarlo justamente a él.


“La primera traición fue descartar la medicina por una ciencia que lo explicaba todo, lo microscópico y lo macroscópico. La segunda traición fue malgastarse la vejez del Padre y luego mentirle mirándolo a los ojos. Su última traición sería desestimar su consejo”.

La traición al Padre es necesaria –de otra forma, una es hija toda la vida y nunca hace la transición a adulta–, pero, ¿cuándo se vuelve una venganza? Ella está intentando para siempre remediar la fractura de la infancia, y a veces no puede parar cuando sabe que se le está pasando la mano y ya no es lucha por la autonomía sino represalia. La novela acaba con una escena conmovedora, donde Ella –abrumada por la enfermedad, la culpa, el fracaso de su doctorado– se deja ir un instante y vuelve a ser una niña en los brazos del Padre, ese universo lleno de seguridad que la puede proteger de todo mal.

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