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Runaway

  • Foto del escritor: Gabriela Solis
    Gabriela Solis
  • 9 sept 2019
  • 1 Min. de lectura

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Hay bromas muy graciosas (it’s funny ‘cause it’s true) sobre cómo los malos autores hombres construyen a sus personajes femeninos: unidimensionales y planas, vírgenes o putas, musas o villanas. Bastaría con leer un cuento de Alice Munro para ver en papel una mujer real, y cómo esa capacidad de volver creíble a un personaje basta para que la anécdota a su alrededor crezca al antojo de la autora, no importa por cuántos derroteros se mueva. Se sostiene porque la protagonista existe. En “Runaway”, tres cuentos tienen a Juliet como protagonista: una joven especializada en Letras Clásicas que se enamora de un hombre casado al que conoce en un tren. Ese pretexto –hiper resumido– da para hablar de cosas que requerirían una novela entera. Sólo por mencionar tres: 1) La lucha entre la fuerza y la culpa de una muchacha que por fin se atreve a cortar tajantemente el coqueteo indeseado de un hombre, sólo para descubrir que él se suicida tras este rechazo porque era su último intento de tener contacto humano. 2) La ambivalencia que siente ante sus padres la hija que regresa a casa. La duda de si haber rechazado la relación afectiva con la madre para favorecer la relación intelectual con el padre valió la pena. 3) La estupefacción de una madre ante la partida de una hija que se alejó de ella porque, como buena intelectual snob, le negó la posibilidad de conocer la dimensión espiritual de la vida. ¡Cuántos novelistas quisieran el poder de concentración, de quitar toda la paja y decir sólo lo esencial, que tiene esta increíble cuentista!

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