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Mujer que sabe Latín

  • Foto del escritor: Gabriela Solis
    Gabriela Solis
  • 17 mar 2020
  • 2 Min. de lectura

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“Mujer que sabe Latín no tiene marido ni buen fin”, dice el refrán. Nuestro destino está trazado: debemos procurar la belleza física para así encontrar marido y dedicarnos a ser esposas ejemplares y madres abnegadas. Nada más. Educarse, leer, pensar críticamente no son más que obstáculos en el camino hacia esa reluciente meta que es ser ama de casa. Sin embargo, las mujeres venimos cuestionando y refutando ese destino –impuesto por otros– desde siempre. Una quisiera mentar madres contra estos estereotipos, pero Chayo, mucho más inteligente, sugiere “no arremeter contra las costumbres con la espada flamígera de la indignación ni con el trémolo lamentable del llanto, sino poner en evidencia lo que tienen de ridículas, de obsoletas, de cursis y de imbéciles”.


En esta serie de maravillosos micro ensayos, Rosario Castellanos explora la rebeldía femenina ante esa imposición ancestral analizando a 24 escritoras. No ahonda en las circunstancias de cada una, no hace falta, pues todas comparten un rasgo unificador: el triunfo de la vocación ante un mundo que les ponía todo en contra para ser artistas. La ensayista se enfoca, más bien, en los prodigios particulares de cada una: el cristianismo encarnado de Simone Weil, la intuición gozosa y erudita de Virginia Woolf, la lucidez esperanzada de Flannery O’Connor, la rigurosa intelectualidad de Susan Sontag. Es un deleite que se multiplica: la prosa y humor de Castellanos descubre nuevas formas de leer a autoras conocidas y siembra las ganas de leer a muchas más que no conocía (¡ahora tengo una to-read list muy felizmente larga!).


Yo ya quería muchísimo a Castellanos poeta (lean “La anunciación” o “Misterios gozosos” para medir la enorme poeta que fue); en Castellanos ensayista descubrí la misma profundidad, pero llena de ironía y humor. Según ella misma, su poética está constituida por tres hilos: “El humor, la meditación grave, el contacto con la raíz carnal e histórica. Y todo bañado por la lívida luz de la muerte, la que vuelve memorable toda materia”.


Leer a escritoras extraordinarias que me llevan a otras escritoras extraordinarias me provoca un tipo de emoción muy particular. Un aliento, llamémosle, a seguir escribiendo porque en el seguir la vocación está la libertad. Un párrafo como mantra: “El sentido de la palabra es su destinatario: el otro que escucha, que entiende, y que, cuando responde, convierte a su interlocutor en el que escucha y el que entiende, estableciendo así la relación de diálogo que sólo es posible entre quienes se consideran y se tratan como iguales y que sólo es fructífero entre quienes se quieres libres”.

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