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Los pichiciegos

  • Foto del escritor: Gabriela Solis
    Gabriela Solis
  • 1 sept 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 1 sept 2020


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Muchas novelas se pueden leer suficientemente bien sin necesidad de conocer el contexto histórico en que se escribieron, pero hay otras donde entenderlo es vital para tener las claves de lectura: Los pichiciegos es de éstas últimas.


Los pichiciegos son un grupo de desertores argentinos que se esconden bajo tierra para evitar pelear. Es la Guerra de las Malvinas, conflicto que en 1982 enfrentó a Inglaterra y Argentina por poco más de dos meses. La guerra fue una ocurrencia de la debilitada dictadura militar argentina –encabezada por Galtieri–; creían que una lucha por la soberanía podría unificar a la ciudadanía y crear respaldo para su gobierno. El efecto fue el opuesto, pues Galtieri mandó a los pibes a morir: la mayoría de los soldados argentinos eran jóvenes mal entrenados, mal alimentados y pobremente armados, limitados en sus posibilidades frente a unas fuerzas británicas mejor preparadas. Del lado argentino hubo más de 700 muertos; unos 300 del británico. Argentina se rindió el 14 de junio de 1982 y la derrota precipitó la renuncia de Galtieri y la caída del gobierno militar.


Los pichiciegos, entonces, es la antinovela bélica. Usualmente los textos sobre la guerra son épicos, cantan las hazañas de los héroes y la nobleza de los ideales por los que se lucha. Los pichiciegos es todo lo contrario: retrata el absurdo de una guerra que no se puede ganar, el aburrimiento de los desertores, las fantasías banales de regresar a casa y comer un asado. Que los argentinos son los mejores narradores de Latinoamérica se sabe, y aun en esta novela que es intencionalmente aburrida, Fogwill tiene un par de párrafos sobre la condición humana concisos y brutales, sin cursilería ni rizos estilísticos, pero que calan hondo:


“Es que el miedo suelta el instinto que cada uno lleva dentro, y así como algunos con el miedo se vuelven más forros que antes, porque les sale el dormido de adentro, a él le despertó el árabe de adentro: ese instinto de amontonar las cosas y de cambiar y de mandar. Y a otros, el miedo les sacaba el hijo de puta que tenían adentro y perdían enseguida. Y a otros, el miedo les saca el inservible de dentro. Se volvían tan inútiles que casi nadie se los acordaba. Podían pasar tres días enteros durmiendo, comiendo las sobras de los vecinos de chimenea y sin salir a mear, para no hacerse ver por los que mandan”.


“Pero el que estuvo un tiempo en el calor puede aguantar más tiempo el frío. Están ahí en el frío, ya se les enfriaron los termos y los circuitos del motor y siguen aguantando, porque si llegan del calor, aunque estén fríos, se acuerdan del calor que tuvieron y pueden estar bien en el frío sabiendo que el calor existe, que el calor estuvo, que puede estar todavía ahí, esperándolos. En el frío, al que llegó desde el calor, cuando ya está frío le alcanza con saber que puede imaginarse cómo era el calor”.

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