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La corrupción de un ángel

  • Foto del escritor: Gabriela Solis
    Gabriela Solis
  • 7 mar 2020
  • 2 Min. de lectura

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La literatura japonesa es una mezcla entre delicadeza y disciplina. Es fascinante cómo Mishima explora ambas en dos frentes: su estilo literario y sus personajes. Esta es la historia de Honda, un anciano que cree encontrar en Toru, un chico que trabaja en el puerto, la tercera reencarnación de un amigo de juventud condenado por el karma a sufrir siempre una muerte prematura. Toru es el prototipo de belleza masculina –atlético, pulcro, joven–, y tiene una exacerbada conciencia que lo vuelve frío. Todo lo terrenal le parece ridículo, sentimental. Si de algo se precia es de su imperturbabilidad, ascetismo y disciplina: “En la conciencia nada hay de qué sentirse orgulloso, es sólo una cuestión de dominio”. La novela avanzará para dejarnos ver la evolución de Toru hacia la perversidad y luego la autodestrucción.

Este texto es una reflexión sobre la corrupción de la carne como la evidencia de la corrupción del espíritu. Dice Honda: “Había llegado a parecerle que no existía distinción entre el dolor del espíritu y el dolor de la carne. Se trataba de una enfermedad que nada tenía que ver con las teorías existencialistas, la propia carne era la enfermedad en la que se hallaba latente la muerte”. Es, también, una reflexión sobre la dualidad del dolor: aún si el envejecimiento y la enfermedad son indignos, todavía pueden ser una ventana hacia la comprensión profunda del mundo, sin poesía ni gloria. “Una visión más amplia del mundo había de proceder más de la depresión física que de la inteligencia, más de un dolor sordo en las entrañas que de la razón, más de una pérdida del apetito que del análisis (…) Y él perdió la más grande enfermedad del espíritu, la de querer y proyectar. En un sentido que era la gran liberación proporcionada por el dolor”. Una pregunta fundamental permea toda la novela: “¿Está completamente muerto el espíritu?”. Quizá Mishima pensaba que sí, ya que el día que terminó La corrupción de un ángel se suicidó siguiendo el ritual del seppuku, a los 45 años.


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