Kafka
- Gabriela Solis

- 9 sept 2019
- 1 Min. de lectura

Leer a un escritor que escribe sobre otro escritor que tú también amas es un placer que tiene algo de ménage à trois. En este caso, el amado en común es Kafka y la naturaleza del texto que Citati ha escrito sobre él es escurridiza. No es ni por asomo una biografía, tampoco un análisis académico; aunque tiene elementos de ambos, Citati utiliza su propia curiosidad e intuición como brújula y deja volar su imaginación de lector apasionado para indagar en la personalidad de Kafka, sus novelas y relatos, sus relaciones con Felice, Milena y Dora. Lo que más impresiona y duele de Kafka es lo concentrado de su escritura, su deseo de autolimitación. Me refiero a su voluntad de no ser expansivo, de quitar todo lo que no fuera esencial, de bajar a los abismos del ser (al “Pozo de Babel”, según él mismo) a costa de su paz para cumplir el mandato de escribir literatura. En lo profundo de su ánimo quería sufrir, sacrificarse, ser inmolado para restablecer una armonía de la que nunca gozó. “Mi celda en la cárcel: mi fortaleza”, escribió en su diario. “Kafka no buscaba la multiplicidad, sino la concentración, la clausura, el ahogo, la cohesión”, escribe Citati y me vuelve a asombrar cuán poco importan las florituras, los rizos y todo lo estorboso que son las preocupaciones estilísticas cuando se quiere nombrar la verdad. El libro termina con una anécdota sobre la reconciliación de Kafka con su padre antes de morir de tuberculosis. No pretendo averiguar si es verdad o ficción: al nudo en mi garganta poco le importa.



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