Esta noche, el Gran Terremoto
- Gabriela Solis

- 11 jul 2019
- 2 Min. de lectura

“Novela” debería ser sinónimo de “Aleph”. El Aleph, según Borges, es el espacio mítico del universo donde todos los actos y todos los tiempos ocupan “el mismo punto, sin superposición y sin transparencia” (qué bello escribía el preciosista cabrón). La novela es así, un género líquido que puede contenerlo todo, bajo cualquier estructura. Aunque la mayoría de las novelas, por razones de mercado, se apeguen al viejo canon de planteamiento-desarrollo-nudo-desenlace, hay narraciones que quieren decir otra cosa, ser un juego y también una historia, y para los cuales la fórmula tradicional no sirve. Es el caso de “El Gran Terremoto”, donde una catástrofe natural adquiere una personalidad que determina la vida de una ciudad y sus habitantes. El Gran Terremoto es alguien a quien se le dedican concursos de dibujo, billetes, encuestas y simulacros para su llegada; aunque nunca, ningún habitante lo haya visto ni tengan la certeza de que exista o de que llegará. Teja se divierte con lo absurdo del planteamiento –las descripciones de las personas que se podrían ser los imitadores del Gran Terremoto me sacaron más de una carcajada– aunque es una diversión algo sombría, porque, ¿qué tan diferente es nuestra vida cotidiana a la falacia planteada por esta novela? ¿Tenemos, acaso, la certeza de algo? ¿La seguridad de que nuestros planes se materializarán, de que al final de nuestras bulliciosas jornadas está la felicidad? Y, sin embargo, seguimos realizando nuestros pequeños rituales cotidianos con una fe casi infantil, como el camarero de hotel a quien le va el trabajo en asegurarse de que una habitación siempre esté disponible porque esa noche podría ser aquella en la que por fin llegue El Gran Terremoto.



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