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El país de las últimas cosas

  • Foto del escritor: Gabriela Solis
    Gabriela Solis
  • 23 oct 2019
  • 1 Min. de lectura

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Qué difícil fue terminar este libro. Supongo que una novela como ésta es lo que sale cuando tienes un contrato editorial que cumplir y hay que escribir, aunque no tengas ganas ni una historia que contar. La premisa es un argumento que ha sido bastante manoseado ya: una mujer intenta sobrevivir en un escenario apocalíptico donde el mundo como lo conocemos no existe más. La narración está hecha en forma de carta, un formato que suele permitir que los protagonistas adquieran profundidad emocional al confiar sus miedos y sentimientos al destinatario. Pero aquí la elección parece gratuita, pues bien pudo haber sido un narrador en tercera quien contara la sarta de aventuras que no alcanzan a ser ni sorprendentes ni conmovedoras. Creo que ese es el problema de esta novela: está en el limbo, no se decide a ser un libro de aventuras o un texto sobre la descomposición de la humanidad y termina siendo un libro farragoso y muy cansado. Pasa de todo sin que nada tenga el peso suficiente para volverlo importante: la desaparición de un hermano, un intento de violación, un enamoramiento-embarazo-aborto, varias muertes, atisbos de salvación, un reencuentro, un episodio lésbico gratuito que dura página y media pero alcanza a utilizar la expresión “senos turgentes”, un atisbo de esperanza. “¿Cómo puede escribir tanto Paul Auster?”, me pregunté cuando leí su extensa lista de publicaciones. Creo que la respuesta tiene que ver con la banalización del oficio y la creación de novelas como si éstas fueran bienes cualquiera en una línea de producción.

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