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El orden natural de las cosas

  • Foto del escritor: Gabriela Solis
    Gabriela Solis
  • 3 may 2019
  • 2 Min. de lectura

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Tener ídolos literarios es un vicio emocional muy nocivo. Es imposible no deslumbrarse ante el talento de alguien que sabe ponerle palabras a aquello inefable que sentimos: queremos repetir ese asombro y por eso buscamos todo lo que aquella persona haya escrito antes. Así llegué a “El orden natural de las cosas”, por el hueco que “Acerca de los pájaros” dejó en mí. Ya desde el primer libro advertía que Lobo Antunes no es un autor al cual sea sencillo acercarse, pero que su lentitud y densidad terminan por valer la pena. En este libro no sé si la ecuación final es tan afortunada. Se trata de los monólogos de 10 personajes que están cercanos a la muerte, ya sea por vejez, enfermedad o locura. Acaso hay tres realmente interesantes. Uno, el viejo que está dolorosamente enamorado de la joven diabética. La ama “con la extasiada piedad de la pasión” y la contempla con la solemnidad triste del amante a quien sólo le es permitido dormir al lado de la mujer amada, pero no tocarla, besarla, conversar, ni intimar de ninguna otra manera. Dos, Iolanda, la diabética que va por la vida llena de hostilidad por estar condenada a no gozar de la juventud y a padecer una enfermedad de olor dulzón que repele a todos. Tres, Jorge, el militar que conspiró para derrocar la dictadura en Portugal y que se enloquece por la sospecha de haber delatado a sus compañeros en el delirio de la tortura. Las otras siete historias navegan entre lo insustancial, las vueltas en círculos, la incapacidad de elucidarlas o de plano la rendición ante una complejidad que parece impenetrable. Pero como no es fácil enterrar a un ídolo, ya estoy por ir a comprar el siguiente libro de Lobo Antunes para ver si me reconcilio con este viejo portugués amargo.

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