Demasiada felicidad
- Gabriela Solis

- 2 abr 2019
- 1 Min. de lectura

Los cuentos de Alice Munro funcionan como un psicópata: con la clara conciencia de que lo que está haciendo (narrando, en este caso) es terrible, pero sin perder la calma o dejarse desbordar por las emociones. En ese sentido, son cuentos tan elegantes como perturbadores. Está la mujer, por ejemplo, que visita en la cárcel al esposo que asesinó a sus tres hijos porque él asegura que los ve en otra dimensión, y esa es la única forma que ella tiene de estar cerca de ellos. Está la madre que no puede evitar sentirse moralmente inferior ante su hijo enloquecido, convertido en vagabundo asceta. Están las niñas que no saben cómo lidiar con la discapacidad y su mezcla de miedo y asco tiene consecuencias fatales. Está el fabuloso cuento de la matemática y novelista rusa Sofía Kovalevski, quien siente que debe empequeñecer sus logros profesionales para merecer el amor de un hombre despreciable. No es que los protagonistas estén vaciados de emociones, pero la autora prefiere enfocarse en su psique y en la lógica bajo la cual ellos entienden sus actos. La mayoría de sus personajes escapan, voluntariamente o no, de una situación feliz. Como si la alegría les estorbara para ver otras cosas, como si la demasiada felicidad fuera nociva, antinatural, intrusiva...



Comentarios