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De vidas ajenas

  • Foto del escritor: Gabriela Solis
    Gabriela Solis
  • 26 dic 2019
  • 1 Min. de lectura

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Escribir sobre los demás es escribir sobre uno mismo. La literatura es, esencialmente, una exploración personal. Lo interesante de Carrère es que el género híbrido que trabaja ­–algo entre la ficción y la autobiografía, entre la novela y el ensayo­– desvela esta parte personal que no suele ser explícita en las obras.


En este libro, el autor explora dos situaciones que le aterrorizan: la muerte de un hijo y la muerte de una madre con hijos pequeños. Ese par de argumentos sirven para reflexionar sobre el aspecto psíquico de una enfermedad devastadora como el cáncer, lo que nos prohibimos ante las personas que amamos (“el miedo, la desesperación”, según Carrère), y los beneficios de la palabra (la literatura, el psicoanálisis, poder enunciar nuestros dolores) en oposición a los estragos del silencio. Lo conmovedor es que todas esas reflexiones se funden en un punto: el amor que puede sostener una vida, volverse su fundamento.


El sufrimiento y su reconocimiento, según Carrère, puede ser el detonador para forjar nuestra identidad y revelarnos a nosotros mismos quiénes somos (dice Céline: “Quizá sea eso lo que buscamos a lo largo de la vida: la mayor congoja posible para llegar a ser uno mismo antes de morir”), pero es el amor –como forma de autoconocimiento a través del otro–lo que le da sentido a la vida.

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