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Ana Karenina

  • Foto del escritor: Gabriela Solis
    Gabriela Solis
  • 27 abr 2018
  • 2 Min. de lectura

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Spoiler: Ana Karenina no es la protagonista de esta novela. *Gritos de asombro, señoras desmayadas*. En realidad, me parece que es Konstantin Dmitrievich Levin, esposo de Kitty, la mujer a quien Wronsky (el amante de Ana) abandona por Ana. Levin es el personaje más interesante y el cual atraviesa por la variedad más rica de situaciones espirituales: el desamor y el perdón, la cuestión del alma del pueblo ruso, la defensa del campesinado, el repudio a la política, el misterio de la muerte, la lucha de la razón contra la fe, la salvación espiritual que por fin encuentra cuando descubre que en la simpleza de la bondad cotidiana está la trascendencia que tanto anhela. Ana Karenina, por otro lado, empieza siendo un símbolo del espíritu romántico que sigue sus pasiones (y hacerlo es un acto revolucionario) y termina siendo una mujer enferma de celos, narcisista y autodestructiva. La sociedad castiga su atrevimiento y el ostracismo en que se sume tras su desdén a las normas morales de la época la vuelve loca y la deja con la certeza de que sólo el amor apasionado de Wronsky le da significado a su vida. Esto la lleva a sospechar de cada segundo que su hombre no está con ella, de cada mujer con la que cruza palabra, de cada mirada que no es de completa admiración hacia su belleza. En ese sentido, Ana se parece a Madame Bovary (cada escritor crea a sus precursores, decía el querido Borges): ambas mujeres anhelan un amor ideal que no puede existir en la realidad (¿qué espíritu soporta la pasión arrebatada permanente?) y se niegan a vivir en un mundo donde ese deseo es imposible. Pero, contrario a los héroes del romanticismo, Ana Karenina no muere por un ideal, sino para castigar a su amante: transforma el sacrificio por amor en una escena de celos llevada al extremo. Marge, creo que odio a Ana Karenina.

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