Yoga
- Gabriela Solis

- 1 may 2021
- 2 Min. de lectura

Hay una delgada línea que separa la sinceridad de la autoconmiseración, y cruzarla es desastroso para un escritor. Eso es justo lo que pasa a Carrére en esta novela, la cual empecé con muchísima emoción y al terminar sólo quería aventarla a la basura. En otras ocasiones, he dicho que algo que me gusta de Carrére es que no niega quién es: un escritor burgués que tiene los recursos y el tiempo para angustiarse por cuestiones existenciales. A veces funciona –como en El Reino, donde narra desgarradoramente la crisis que lo llevó a convertirse brevemente al cristianismo–, y a veces todo lo que obtenemos es una compilación de pataletas egomaniacas –como en Una novela rusa y este libro.
Yoga describe la última crisis en la vida del autor, quien después de una década de estabilidad emocional y psicológica, tira todo por la borda y cae en una espiral depresiva que lo lleva a hospitalizarse en un psiquiátrico donde le diagnostican trastorno bipolar. Lo que hace imposible sentir empatía por Carrére es que fue él mismo quien rompió con ese periodo de paz.
Su tranquilidad provenía, principalmente, de un matrimonio feliz y de la práctica regular de la meditación y el yoga. Carrére cuenta cómo en un retiro yogui conoció a una mujer con la que tuvo un amorío, el cual acabó con su matrimonio y desembocó en crisis psiquiátrica. (Fun fact: el autor le dedica apenas una línea a su divorcio porque su ahora ex esposa lo obligó contractualmente a no volver a hablar de ella en sus libros. Reina total, Hélène Devynck). La novela se vuelve un ruego al lector, pidiéndole que sienta compasión de ese pobre hombre quien, arrastrado por las pasiones humanas, destruyó su propio bienestar. Una vez que empieza la autoflagelación, ya no se detiene: soy tan desdichado, tan frágil, tan autodestructivo. Peor aún: la justificación entre líneas de todo esto es “soy un escritor tan sensible y un artista tan maldito que no puedo evitar ser así”. Puaj.
Carrére cita una definición de Freud sobre la salud física: “Cuando estás a salvo del infortunio neurótico, solamente expuesto a la desdicha ordinaria”. El autor lucha por justificar que el sufrimiento del infortunio neurótico es tan real y válido como cualquier otro, aunque se geste sólo en nuestra cabeza. Sería interesante si el libro no terminara con el autor de 60 años reencontrando el “amor” con una muchacha de 20, haciendo yoga juntos. No necesitamos –no queremos– seguir siendo espectadores de ese lugar común patético.



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